Se suele citar como inicio de la Edad Media el año 476, fecha en que Roma, y con ella Occidente, sucumbe al empuje de los pueblos germanos, eslavos y esteparios. El Imperio se disuelve y es sustituido por un mosaico de reinos que rompen la unidad que hasta entonces había identificado a Europa. Se abre así una nueva era que alcanza hasta 1453, año de la caída de Constantinopla, un hito histórico cuya consecuencia inmediata será la aparición de un nuevo Imperio, el Turco Otomano, que rivalizará con el viejo continente.
Se trata, por lo tanto, de un período de unos 1.000 años, en el que, como es natural, se advierte una evolución. De entrada, es habitual distinguir entre Alta Edad Media y Baja Edad Media, divididas por la frontera que marca el inicio de las cruzadas (la primera se desarrolla entre los años 1096 y 1099).
La Alta Edad Media se caracteriza por ser una época de contracción económica y retroceso a una economía agraria, campesina. En el caso de la Península Ibérica, la invasión musulmana del año 711 creó un clima de inseguridad y miedo con efectos muy negativos sobre las ciudades, la artesanía y el comercio, lo que contribuyó al auge del feudalismo. La debilidad de los reyes se había hecho evidente, carecían de poder para proteger a sus súbditos, por eso, las gentes se unían para la defensa en común y empezó a ser frecuente acudir a un conde, duque o marqués para recibir su amparo. Los monarcas, que no tenían dinero para pagar este servicio, compensaban con tierras a los señores que defendían sus dominios. A su vez, los siervos y villanos que ocupaban ese territorio, quedaban sujetos a la autoridad de estos señores feudales. Se crea así un régimen piramidal basado en el vasallaje, con el rey a la cabeza, seguido por la nobleza guerrera y, en su base, los villanos y los siervos. El resultado es una sociedad estamental, con una organización rígida que impide el paso de un grupo a otro. Por otra parte, el poder real queda oscurecido y el señor se adueña de las funciones que, en otro tiempo, le habían correspondido al Estado: legisla, administra justicia e incluso acuña moneda.
La Baja Edad Media se inicia en el siglo XII, con un notable aumento de la población. El desarrollo de la agricultura (ampliación de los campos de cultivo, introducción de nuevas técnicas agrícolas) y la consiguiente mejora en la alimentación son los motores que impulsan este crecimiento demográfico, que revitalizará las ciudades. En los núcleos urbanos aparecen mercados y barrios de artesanos, en los que surge una nueva clase social: la burguesía, que va enriqueciéndose y cobrando conciencia de su importancia. A diferencia del campesino, ellos no dependen de un señor feudal, cuya protección, por otra parte, ha dejado de ser necesaria, y saben que sus impuestos son los que financian a la corona. El siglo XIV vive una crisis general, que hace que los cambios se precipiten. Una epidemia de peste hunde las finanzas de los reinos peninsulares; sólo Castilla, con una gran riqueza ganadera (base de su posterior hegemonía) logra superarla. Hasta ese momento había perdurado la idea de que Europa era una unidad imperial; sin embargo, desde principios del siglo XV, los reyes, enfrentándose a la nobleza, aspiran a constituir Estados nacionales bajo su autoridad soberana. El signo de los tiempos está de su parte; al concluir la Edad Media, se ha impuesto ya una sociedad de mercado, las relaciones feudales dejan paso a las comerciales y el prestigio social se empieza a medir en función de los recursos económicos de los que se dispone.
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